domingo, 10 de mayo de 2020

Estímulo supernormal y educación: ¿por qué tu profesor nunca te ponía un 10?

Niko Tinbergen, imagen tomada del blog de Pablo Malo.

10/05/2020

Un 10 solo lo puede sacar Dios que es perfecto.
Un 9 lo puedo sacar yo.
Un 8 algún otro profesor.
Vosotros, alumnos míos, solo podéis aspirar al 7.

Vuelve por un momento a tus años de instituto. Vamos a hablar de un profesor que seguramente recuerdes: ese que nunca o casi nunca ponía dieces en las notas. Tal vez te ocurría a ti mismo o a otro compañero: notas de todo 10 excepto ese 9 en la asignatura de ese profesor. Era un rácano con las notas, y por otra parte tampoco era el más simpático de todos, es más, parecería estar enfadado siempre con el mundo, amargado de por vida. ¿Podría explicar la biología qué es lo que le pasaba?


“Estímulo supernormal” es un término del ámbito de la biología. Pablo Malo lo explica muy bien este enlace: “Estímulos supernormales”. Resumiendo mucho, se trata de lo siguiente: hay especies que se sienten fuertemente atraídas ante ciertos estímulos relacionados con la selección sexual y la reproducción, y la atracción es más fuerte cuanto más exagerado sea el estímulo. De esta forma, ciertas características que expresan fertilidad o aptitud genética se presentan de forma exagerada para atraer al otro sexo. Si un individuo presenta un estímulo que es atractivo en una especie de forma más exagerada que la media tendrá más éxito sexual o reproductivo que los demás. Así, por ejemplo, si el tamaño es un indicador de este tipo, los individuos que sean más grandes que la media tendrán más éxito que los más pequeños. Lo que Niko Tinbergen descubrió en sus experimentos con este fenómeno es que hay animales que se sienten atraídos por estímulos que sobrepasan con creces las magnitudes naturales en las que se presentan estos estímulos. Por ejemplo, hay aves que tienden a incubar los huevos más grandes y dejar de lado los más pequeños. Pero si se les colocan huevos artificiales tan exageradamente grandes que no puedan ni cubrirlos y se resbalan por ellos, aun así, el pájaro sigue erre que erre intentando incubarlos.

Aunque el término utilizado es “supernormal” (tal vez por la traducción del inglés) aquí voy a llamarlo “sobrenormal” porque me parece que expresa mejor su significado: que excede de lo normal, que es extraño y raro en el sentido de monstruoso, mientras que “supernormal” parece remarcar que es totalmente normal (justo lo contrario de lo que quiere decir).

Este fenómeno afecta a los seres humanos también. Hay ciertos estímulos que nos atraen de un modo natural (casi siempre relacionados con la sexualidad o el poder) y que en su versión sobrenormal nos atraen muchísimo más. E. O. Wilson, en Consilience (1999) relaciona la belleza y el arte con los estímulos supernormales:

“Toda la industria de la belleza puede interpretarse como la fabricación de estímulos supernormales. La sombra de ojos y el rímel agrandan los ojos, el lápiz de labios llena y aviva los labios (…). Todos estos toques hacen algo más que imitar las señales fisiológicas naturales de juventud y fecundidad. Van más allá del promedio normal” (Wilson, 1999, 339-340).

Los estímulos sobrenormales pueden tener un lado bueno y un lado malo, ambos vinculados al hecho de que muestran modelos imposibles en la práctica (o sumamente excepcionales). El bueno es que pueden servir de incentivos para superarnos, siempre y cuando los entendamos como modelos asintóticos, es decir, modelos de los que somos conscientes de su imposibilidad pero hacen que nos mejoremos un poco más. El malo es creer que el modelo puede lograrse efectivamente y el sentimiento de fracaso, miseria o frustración por no conseguirlo. O los desastres derivados de vivir o manejarse en la vida como si el modelo sobrenormal fuera la realidad y no solo un ideal asintótico. Un ejemplo son los modelos de belleza que se nos presentan en la moda, tanto para ellos como para ellas, y que provocan no pocos complejos en la gente normal (sin comillas). Otro es la pornografía, donde se muestra una imagen de la sexualidad y el placer sexual que, si bien puede ser muy valioso para excitarse, puede ser horrible si se pretende llevar a la práctica tal cual. Ni los hombres son los sementales que ahí se ven, ni a las mujeres les gusta que les traten como allí se las trata, por ejemplo. Si la pornografía nos parece un ejemplo soez, pensemos en otro modelo sobrenormal: el que muestran las películas de amor romántico. El matrimonio perfecto o el ideal de felicidad como autorrealización son otros ejemplos más de modelos sobrenormales (y no es de extrañar, entonces, que la mayoría se sienta insatisfecha con su pareja o infeliz si se compara con esos modelos).

Pablo Malo, en el texto citado, menciona varios ejemplos más, relacionados con la novela romántica, los alimentos artificiales o los programas de cotilleo, entre otros, y lanza el reto de encontrar más: “Yo voy a mencionar algunos pero dejo a la imaginación del lector buscar muchos más”. Recogemos aquí el guante y lo aplicamos a la educación: cómo afectan los estímulos sobrenormales al profesorado y a la hora de diseñar su docencia y evaluación. Dicho en otros términos: ¿por qué hay profesores que nunca ponen dieces?

La respuesta es que los reservan para alumnos sobrenormales que no existen en la realidad, aunque ellos trabajan como si existieran o pudieran existir. Y esa es la razón de su amargura vital: preparan sus clases, sus deberes, sus exámenes… todo, pensando en ese alumno sobrenormal y luego se frustran cuando ven la realidad. Y entonces se consuelan calificándola de mediocridad. Es toda una profecía autocumplida con su disonancia cognitiva incluida: al preparar mi trabajo pensando en un alumno sobrenormal lo que consigo en alumnos normales son resultados mediocres.

Es como si mi ideal de sexo fuera el de la pornografía. Todas las relaciones sexuales que tuviera me parecerían mediocres comparadas con ese modelo. Estaría viviendo en el mundo al revés: pensaría que lo normal es una cosa (mi modelo sobrenormal) y luego me extrañaría de que lo normal sea otra cosa distinta (lo que comparado con mi modelo sobrenormal parece mediocre). Mucho más simple: es como si creyera que lo normal es que la gente mida 2 metros o más, y luego viviera extrañado de que la mayoría de la gente no sea “normal”. Como el conductor suicida que piensa que todos los demás coches van en la dirección contraria.

¿Cómo es el alumno sobrenormal al que ese profesor le pondría un 10? “¡Pues un chico normal!, si no pido nada del otro mundo: responsable, consciente de sus obligaciones, que estudia y trabaja y no pierde el tiempo con tonterías”. Como toda utopía, parece muy simple así dicho. Veámoslo en detalle.

En un día “normal”, el alumno sobrenormal se levanta a las 7,00 aprox. para desayunar, asearse, etc., y estar a las 8,00 u 8,30 en el instituto. Aprovecha al 100% seis horas de clase. Hacia las 15,30 come y puede que después descanse la siesta del borrego. De 17,00 a 20,00 se dedica 3 horas 100% a hacer deberes, estudiar y/o repasar. De 20,00 a 21,00 lee por gusto porque disfruta de la lectura. De 21,00 a 22,00 cena y de 22,00 a 23,00 tiene una hora de tiempo libre, porque a las 23,00 está ya dormido para descansar las 8 horas necesarias para afrontar el día siguiente.

23,00
Dormir
24,00
Dormir
01,00
Dormir
02,00
Dormir
03,00
Dormir
04,00
Dormir
05,00
Dormir
06,00
Dormir
07,00
Levantarse, asearse, desayunar…
08,00
Instituto
09,00
Instituto
10,00
Instituto
11,00
Instituto
12,00
Instituto
13,00
Instituto
14,00
Instituto
15,00
Comer
16,00
Siesta del borrego
17,00
Estudiar, deberes…
18,00
Estudiar, deberes…
19,00
Estudiar, deberes…
20,00
Leer por gusto.
21,00
Cenar
22,00
Hora libre

Llama la atención que este alumno sobrenormal tiene una jornada de trabajo de 9 horas diarias (6 de instituto y 3 en su casa). Solo tiene una hora libre. Solo está activamente con su familia (padres/madres y hermanos/as) esa hora libre y/o mientras come (no tiene conciliación familiar). Sus relaciones sociales con iguales (amigos/as, compañeros/as…) se limitan a la hora de tiempo libre y el recreo en el instituto. Y no hace ninguna actividad extraescolar. Tampoco pierde ni un minuto con el teléfono móvil, videojuegos, deportes, voluntariado ni nada. Teniendo en cuenta que tiene 6 clases por la mañana, de las 3 horas que estudia por la tarde le dedica media hora a cada una. De cuando es época de exámenes ya ni hablamos.

Sinceramente, ¿así es como nos gustaría que viviera la mayoría de nuestro alumnado (¡o nuestros propios hijos!)? ¿Nos parecería ideal ese horario para un adulto y su jornada laboral (cualquier patrón diría que sí, claro)? ¿Para qué pedimos conciliación familiar y laboral para los padres si sus hijos no tienen tiempo para eso? ¿O es que la conciliación ideal significa pasar tiempo con los hijos ayudándoles a hacer deberes en vez de jugar, pasear o conversar con ellos?  

Pero vamos a afinar un poco más. Vamos a suponer que este alumno no es un robot ni está hecho de silicio sino que es humano y su base es el carbono. Vamos a suponer que le afecta el cansancio y el estrés. Que le gusta pasar tiempo con su familia, que le gusta socializar y estar con sus amigos/as, que tiene algún hobby tipo música, deporte, voluntariado o va a la escuela de idiomas (o incluso que le gustar hacer varias o todas esas cosas). Y no perdamos de vista el “tiempo-sombra”, ese tiempo que inevitablemente se consume en el paso de una actividad a otra: si voy al gimnasio de 6 a 7 no solo me ocupa una hora, sino esa hora y el tiempo que dedico a prepararme para ir y después, cuando salgo del gimnasio, hasta que estoy ya listo en casa (una jornada laboral de 8 horas bien pueden ser 9 o 10 reales o más si le añadimos el tiempo-sombra del desplazamiento, etc., por ejemplo: desde que me empiezo a preparar para ir a trabajar hasta que estoy ya en casa sentado en el sofá).

Para ajustar el modelo anterior a otro más realista, no queda más remedio que restarle horas al sueño o a las actividades de la tarde, lo que afectará inevitablemente a la baja en las notas de ese alumno. Y todo esto hablando de alumnos sin especiales dificultades cognitivas o socioeconómicas. Añadamos a esto que el alumno tenga dificultades de aprendizaje o de idioma, que su familia esté desestructurada, que por las tardes tenga que cuidar de hermanos pequeños y/o colaborar en las tareas domésticas, etc.

Y así llegamos al alumnado normal y corriente, al de verdad, al que tenemos en las aulas y al que el modelo de alumno sobrenormal nos impide ver y que calificamos de vago, mediocre y que no hace porque no quiere. Gran parte de este alumnado real y normal simplemente desiste de intentar lo imposible, y o bien abandona directamente o bien se resigna a notas mediocres (y asume su autoconcepto de mediocre). Otros pocos hacen milagros intentando hacer todo a la vez: reducen sus horas de sueño, dejan de lado la música o el deporte para estudiar, reducen sus relaciones sociales y con iguales, etc. A estos últimos, con gesto de quien derrocha generosidad, el profesor que nunca pone dieces les pone un 9… “¡y de más estoy haciendo!” (es lo que, en su lenguaje, llama “bajar el nivel”).

El alumnado que quiere estudiar medicina, por ejemplo, y es consciente de que su nota media de bachillerato y selectividad no puede bajar de 9-10, vive los dos años de bachillerato (sobre todo el 2º) con este estrés, obligado a elecciones difíciles como familia o estudios, amigos o estudios, hobbies o estudios, descansar o estudios, divertirse o estudios… ¡cualquier cosa o estudios! Y lo peor es que quienes lo consiguen generan la ilusión de que el modelo sobrenormal es posible: esos alumnos son la prueba viviente (y los demás son vagos). Pero, ¿eso es lo que queremos que sea lo normal? ¿Estudiantes full-time que solo estudian? ¿Esa es la utopía educativa a la que aspiramos? ¿Esa es la sangre que hay que derramar necesariamente para que la letra entre? ¿No hay alternativas conciliadoras para gente normal?

¿Cuál es la alternativa? Sería difícil detallarla aquí y ya bastante largo está quedando. Pero demos al menos unos apuntes. Para empezar, reducir la jornada laboral de un menor de edad a 30 horas semanales: las 6 diarias de clase. Si me parece razonable y necesario para adultos, mucho más para menores (el profesorado de este alumnado tiene una jornada –teórica- de 7 horas). Debemos planificar y realizar nuestra docencia (renovando nuestra metodología y evaluación) ajustándonos al tiempo de clase, y de tal modo que un alumno normal (no sobrenormal) pueda sacar un 10 aprovechando esas 6 horas diarias. Alguien dirá que eso es imposible. Pero pensemos un poco. ¿Es posible hacer nuestro trabajo de docentes con la suficiente calidad dado el temario que tenemos, con 30 o más alumnos por clase, y tan solo ocupando 35 horas semanales (7 al día de lunes a viernes)? No. El Gobierno que diseña el currículo y calcula las ratios también tiene en su cabeza un modelo sobrenormal de profesorado y de lo que es la docencia. En la práctica, es imposible cumplir con lo que nos pide el Gobierno porque es sobrenormal: en la realidad, no damos todo el temario, no atendemos con la suficiente calidad al 100% del alumnado y todos trabajamos muchas más de 35 horas a la semana. Es necesario (y aprovecho ahora que se va a cambiar la Ley de Educación otra vez, por si sirviera de algo) simplificar los temarios y reducir las ratios ambos a la mitad por lo menos (si el Gobierno pensara como el profesor que nunca pone dieces, nos diría que eso es bajar el nivel del profesorado). Pues si entendemos eso podemos entender que con 6 horas de clase un alumno normal debería poder sacar un 10 si se esfuerza durante esas 6 horas (igual que los profesores deberíamos hacer nuestro trabajo con calidad en tan solo 7 horas al día si se dieran las condiciones para ello).

El resto del día, el alumnado (y los profesores y los demás trabajadores) debe poder disponer de su tiempo (igual que un adulto del suyo) y conciliar la vida académica y/o laboral con la familiar, con los iguales, con los hobbies, con la lectura, con la música, con el deporte, con el voluntariado o con lo que cada cual quiera. Claro que, pedir esto a lo peor también es pedir algo sobrenormal…

Bibliografía citada:

Wilson, E. O. (1999): Consilience: La unidad del conocimiento. Barcelona: Círculo de Lectores.


Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor de Secundaria: Claves para lograr la autoridad en el aula educando por competencias


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