Niko Tinbergen, imagen
tomada del blog
de Pablo Malo.
10/05/2020
Un 10 solo lo puede sacar
Dios que es perfecto.
Un 9 lo puedo sacar yo.
Un 8 algún otro profesor.
Vosotros, alumnos míos,
solo podéis aspirar al 7.
Vuelve por un momento a
tus años de instituto. Vamos a hablar de un profesor que seguramente recuerdes:
ese que nunca o casi nunca ponía dieces en las notas. Tal vez te ocurría a ti
mismo o a otro compañero: notas de todo 10 excepto ese 9 en la asignatura de
ese profesor. Era un rácano con las notas, y por otra parte tampoco era el más
simpático de todos, es más, parecería estar enfadado siempre con el mundo,
amargado de por vida. ¿Podría explicar la biología qué es lo que le pasaba?
“Estímulo supernormal” es
un término del ámbito de la biología. Pablo Malo lo explica muy bien este
enlace: “Estímulos
supernormales”. Resumiendo mucho, se trata de lo siguiente: hay
especies que se sienten fuertemente atraídas ante ciertos estímulos
relacionados con la selección sexual y la reproducción, y la atracción es más
fuerte cuanto más exagerado sea el estímulo. De esta forma, ciertas
características que expresan fertilidad o aptitud genética se presentan de
forma exagerada para atraer al otro sexo. Si un individuo presenta un estímulo
que es atractivo en una especie de forma más exagerada que la media tendrá más
éxito sexual o reproductivo que los demás. Así, por ejemplo, si el tamaño es un
indicador de este tipo, los individuos que sean más grandes que la media
tendrán más éxito que los más pequeños. Lo que Niko Tinbergen descubrió en sus
experimentos con este fenómeno es que hay animales que se sienten atraídos por
estímulos que sobrepasan con creces las magnitudes naturales en las que se
presentan estos estímulos. Por ejemplo, hay aves que tienden a incubar los
huevos más grandes y dejar de lado los más pequeños. Pero si se les colocan
huevos artificiales tan exageradamente grandes que no puedan ni cubrirlos y se
resbalan por ellos, aun así, el pájaro sigue erre que erre intentando
incubarlos.
Aunque el término
utilizado es “supernormal” (tal vez por la traducción del inglés) aquí voy a
llamarlo “sobrenormal” porque me parece que expresa mejor su significado: que
excede de lo normal, que es extraño y raro en el sentido de monstruoso, mientras
que “supernormal” parece remarcar que es totalmente normal (justo lo contrario de
lo que quiere decir).
Este fenómeno afecta a los
seres humanos también. Hay ciertos estímulos que nos atraen de un modo natural
(casi siempre relacionados con la sexualidad o el poder) y que en su versión
sobrenormal nos atraen muchísimo más. E. O. Wilson, en Consilience (1999) relaciona la belleza y el arte con los estímulos
supernormales:
“Toda
la industria de la belleza puede interpretarse como la fabricación de estímulos
supernormales. La sombra de ojos y el rímel agrandan los ojos, el lápiz de
labios llena y aviva los labios (…). Todos estos toques hacen algo más que
imitar las señales fisiológicas naturales de juventud y fecundidad. Van más
allá del promedio normal” (Wilson, 1999, 339-340).
Los estímulos
sobrenormales pueden tener un lado bueno y un lado malo, ambos vinculados al
hecho de que muestran modelos imposibles en la práctica (o sumamente
excepcionales). El bueno es que pueden servir de incentivos para superarnos,
siempre y cuando los entendamos como modelos asintóticos, es decir, modelos de
los que somos conscientes de su imposibilidad pero hacen que nos mejoremos un
poco más. El malo es creer que el modelo puede lograrse efectivamente y el
sentimiento de fracaso, miseria o frustración por no conseguirlo. O los
desastres derivados de vivir o manejarse en la vida como si el modelo
sobrenormal fuera la realidad y no solo un ideal asintótico. Un ejemplo son los
modelos de belleza que se nos presentan en la moda, tanto para ellos como para
ellas, y que provocan no pocos complejos en la gente normal (sin comillas).
Otro es la pornografía, donde se muestra una imagen de la sexualidad y el
placer sexual que, si bien puede ser muy valioso para excitarse, puede ser
horrible si se pretende llevar a la práctica tal cual. Ni los hombres son los
sementales que ahí se ven, ni a las mujeres les gusta que les traten como allí
se las trata, por ejemplo. Si la pornografía nos parece un ejemplo soez,
pensemos en otro modelo sobrenormal: el que muestran las películas de amor
romántico. El matrimonio perfecto o el ideal de felicidad como autorrealización
son otros ejemplos más de modelos sobrenormales (y no es de extrañar, entonces,
que la mayoría se sienta insatisfecha con su pareja o infeliz si se compara con
esos modelos).
Pablo Malo, en
el texto citado, menciona varios ejemplos más, relacionados con la novela
romántica, los alimentos artificiales o los programas de cotilleo, entre otros,
y lanza el reto de encontrar más: “Yo voy a mencionar algunos pero dejo a la
imaginación del lector buscar muchos más”. Recogemos aquí el guante y lo
aplicamos a la educación: cómo afectan los estímulos sobrenormales al
profesorado y a la hora de diseñar su docencia y evaluación. Dicho en otros
términos: ¿por qué hay profesores que nunca ponen dieces?
La respuesta es que los
reservan para alumnos sobrenormales que no existen en la realidad, aunque ellos
trabajan como si existieran o pudieran existir. Y esa es la razón de su
amargura vital: preparan sus clases, sus deberes, sus exámenes… todo, pensando
en ese alumno sobrenormal y luego se frustran cuando ven la realidad. Y
entonces se consuelan calificándola de mediocridad. Es toda una profecía
autocumplida con su disonancia cognitiva incluida: al preparar mi trabajo
pensando en un alumno sobrenormal lo que consigo en alumnos normales son
resultados mediocres.
Es como si mi ideal de
sexo fuera el de la pornografía. Todas las relaciones sexuales que tuviera me
parecerían mediocres comparadas con ese modelo. Estaría viviendo en el mundo al
revés: pensaría que lo normal es una cosa (mi modelo sobrenormal) y luego me
extrañaría de que lo normal sea otra cosa distinta (lo que comparado con mi
modelo sobrenormal parece mediocre). Mucho más simple: es como si creyera que
lo normal es que la gente mida 2 metros o más, y luego viviera extrañado de que
la mayoría de la gente no sea “normal”. Como el conductor suicida que piensa
que todos los demás coches van en la dirección contraria.
¿Cómo es el alumno
sobrenormal al que ese profesor le pondría un 10? “¡Pues un chico normal!, si
no pido nada del otro mundo: responsable, consciente de sus obligaciones, que
estudia y trabaja y no pierde el tiempo con tonterías”. Como toda utopía, parece
muy simple así dicho. Veámoslo en detalle.
En un día “normal”, el
alumno sobrenormal se levanta a las 7,00 aprox. para desayunar, asearse, etc.,
y estar a las 8,00 u 8,30 en el instituto. Aprovecha al 100% seis horas de
clase. Hacia las 15,30 come y puede que después descanse la siesta del borrego.
De 17,00 a 20,00 se dedica 3 horas 100% a hacer deberes, estudiar y/o repasar. De
20,00 a 21,00 lee por gusto porque disfruta de la lectura. De 21,00 a 22,00
cena y de 22,00 a 23,00 tiene una hora de tiempo libre, porque a las 23,00 está
ya dormido para descansar las 8 horas necesarias para afrontar el día
siguiente.
23,00
|
Dormir
|
24,00
|
Dormir
|
01,00
|
Dormir
|
02,00
|
Dormir
|
03,00
|
Dormir
|
04,00
|
Dormir
|
05,00
|
Dormir
|
06,00
|
Dormir
|
07,00
|
Levantarse, asearse,
desayunar…
|
08,00
|
Instituto
|
09,00
|
Instituto
|
10,00
|
Instituto
|
11,00
|
Instituto
|
12,00
|
Instituto
|
13,00
|
Instituto
|
14,00
|
Instituto
|
15,00
|
Comer
|
16,00
|
Siesta del borrego
|
17,00
|
Estudiar, deberes…
|
18,00
|
Estudiar, deberes…
|
19,00
|
Estudiar, deberes…
|
20,00
|
Leer por gusto.
|
21,00
|
Cenar
|
22,00
|
Hora libre
|
Llama la atención que este
alumno sobrenormal tiene una jornada de trabajo de 9 horas diarias (6 de
instituto y 3 en su casa). Solo tiene una hora libre. Solo está activamente con
su familia (padres/madres y hermanos/as) esa hora libre y/o mientras come (no
tiene conciliación familiar). Sus relaciones sociales con iguales (amigos/as,
compañeros/as…) se limitan a la hora de tiempo libre y el recreo en el
instituto. Y no hace ninguna actividad extraescolar. Tampoco pierde ni un
minuto con el teléfono móvil, videojuegos, deportes, voluntariado ni nada. Teniendo
en cuenta que tiene 6 clases por la mañana, de las 3 horas que estudia por la
tarde le dedica media hora a cada una. De cuando es época de exámenes ya ni
hablamos.
Sinceramente, ¿así es como
nos gustaría que viviera la mayoría de nuestro alumnado (¡o nuestros propios
hijos!)? ¿Nos parecería ideal ese horario para un adulto y su jornada laboral
(cualquier patrón diría que sí, claro)? ¿Para qué pedimos conciliación familiar
y laboral para los padres si sus hijos no tienen tiempo para eso? ¿O es que la
conciliación ideal significa pasar tiempo con los hijos ayudándoles a hacer
deberes en vez de jugar, pasear o conversar con ellos?
Pero vamos a afinar un
poco más. Vamos a suponer que este alumno no es un robot ni está hecho de
silicio sino que es humano y su base es el carbono. Vamos a suponer que le
afecta el cansancio y el estrés. Que le gusta pasar tiempo con su familia, que
le gusta socializar y estar con sus amigos/as, que tiene algún hobby tipo música, deporte, voluntariado
o va a la escuela de idiomas (o incluso que le gustar hacer varias o todas esas
cosas). Y no perdamos de vista el “tiempo-sombra”, ese tiempo que inevitablemente
se consume en el paso de una actividad a otra: si voy al gimnasio de 6 a 7 no
solo me ocupa una hora, sino esa hora y el tiempo que dedico a prepararme para
ir y después, cuando salgo del gimnasio, hasta que estoy ya listo en casa (una
jornada laboral de 8 horas bien pueden ser 9 o 10 reales o más si le añadimos
el tiempo-sombra del desplazamiento, etc., por ejemplo: desde que me empiezo a
preparar para ir a trabajar hasta que estoy ya en casa sentado en el sofá).
Para ajustar el modelo anterior
a otro más realista, no queda más remedio que restarle horas al sueño o a las
actividades de la tarde, lo que afectará inevitablemente a la baja en las notas
de ese alumno. Y todo esto hablando de alumnos sin especiales dificultades
cognitivas o socioeconómicas. Añadamos a esto que el alumno tenga dificultades
de aprendizaje o de idioma, que su familia esté desestructurada, que por las
tardes tenga que cuidar de hermanos pequeños y/o colaborar en las tareas
domésticas, etc.
Y así llegamos al alumnado
normal y corriente, al de verdad, al que tenemos en las aulas y al que el
modelo de alumno sobrenormal nos impide ver y que calificamos de vago, mediocre
y que no hace porque no quiere. Gran parte de este alumnado real y normal
simplemente desiste de intentar lo imposible, y o bien abandona directamente o
bien se resigna a notas mediocres (y asume su autoconcepto de mediocre). Otros
pocos hacen milagros intentando hacer todo a la vez: reducen sus horas de
sueño, dejan de lado la música o el deporte para estudiar, reducen sus
relaciones sociales y con iguales, etc. A estos últimos, con gesto de quien derrocha
generosidad, el profesor que nunca pone dieces les pone un 9… “¡y de más estoy
haciendo!” (es lo que, en su lenguaje, llama “bajar el nivel”).
El alumnado que quiere
estudiar medicina, por ejemplo, y es consciente de que su nota media de
bachillerato y selectividad no puede bajar de 9-10, vive los dos años de
bachillerato (sobre todo el 2º) con este estrés, obligado a elecciones
difíciles como familia o estudios, amigos o estudios, hobbies o estudios, descansar o estudios, divertirse o estudios… ¡cualquier
cosa o estudios! Y lo peor es que quienes lo consiguen generan la ilusión de
que el modelo sobrenormal es posible: esos alumnos son la prueba viviente (y
los demás son vagos). Pero, ¿eso es lo que queremos que sea lo normal? ¿Estudiantes
full-time que solo estudian? ¿Esa es
la utopía educativa a la que aspiramos? ¿Esa es la sangre que hay que derramar necesariamente para que la letra entre? ¿No hay alternativas
conciliadoras para gente normal?
¿Cuál es la alternativa? Sería
difícil detallarla aquí y ya bastante largo está quedando. Pero demos al menos
unos apuntes. Para empezar, reducir la jornada laboral de un menor de edad a 30
horas semanales: las 6 diarias de clase. Si me parece razonable y necesario para
adultos, mucho más para menores (el profesorado de este alumnado tiene una
jornada –teórica- de 7 horas). Debemos planificar y realizar nuestra docencia (renovando
nuestra metodología y evaluación) ajustándonos al tiempo de clase, y de tal
modo que un alumno normal (no sobrenormal) pueda sacar un 10 aprovechando esas
6 horas diarias. Alguien dirá que eso es imposible. Pero pensemos un poco. ¿Es
posible hacer nuestro trabajo de docentes con la suficiente calidad dado el
temario que tenemos, con 30 o más alumnos por clase, y tan solo ocupando 35
horas semanales (7 al día de lunes a viernes)? No. El Gobierno que diseña el
currículo y calcula las ratios también tiene en su cabeza un modelo sobrenormal
de profesorado y de lo que es la docencia. En la práctica, es imposible cumplir
con lo que nos pide el Gobierno porque es sobrenormal: en la realidad, no damos
todo el temario, no atendemos con la suficiente calidad al 100% del alumnado y
todos trabajamos muchas más de 35 horas a la semana. Es necesario (y aprovecho
ahora que se va a cambiar la Ley de Educación otra vez, por si sirviera de
algo) simplificar los temarios y reducir las ratios ambos a la mitad por lo menos
(si el Gobierno pensara como el profesor que nunca pone dieces, nos diría que
eso es bajar el nivel del profesorado). Pues si entendemos eso podemos entender
que con 6 horas de clase un alumno normal debería poder sacar un 10 si se
esfuerza durante esas 6 horas (igual que los profesores deberíamos hacer
nuestro trabajo con calidad en tan solo 7 horas al día si se dieran las
condiciones para ello).
El resto del día, el
alumnado (y los profesores y los demás trabajadores) debe poder disponer de su
tiempo (igual que un adulto del suyo) y conciliar la vida académica y/o laboral
con la familiar, con los iguales, con los hobbies,
con la lectura, con la música, con el deporte, con el voluntariado o con lo que
cada cual quiera. Claro que, pedir esto a lo peor también es pedir algo
sobrenormal…
Bibliografía
citada:
Wilson,
E. O. (1999): Consilience: La unidad del
conocimiento. Barcelona: Círculo de Lectores.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de
Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor
de Secundaria: Claves para lograr la autoridad en el aula educando por
competencias.
Estoy completamente de acuerdo.
ResponderEliminarTuve un profesor que decía que el 10 nia Dios.
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